Personajes

Claudio Oroza

Jueves 04 de Noviembre de 2021


Nativo de Cinco Saltos y artista, Claudio Oroza, recuerda su juventud en nuestro pueblo y lo refleja en el libro "Antes que me olvide" Pequeñas historias del Alto Valle de Río Negro y de Viedma / 1950/1960


Arrojo y Cía.

Había -para nuestra familia- dos negocios emblemáticos en esa época. En un punto, después lo fue también la Cooperativa "La Estrella", pero en la etapa en que vivíamos en la chacra y en la primera de vivir en el pueblo, estos dos eran los negocios claves. El almacén de Arrojo y la Tienda de Azconabieta.
Vamos por el primero:
Arrojo & Cía. era un gran almacén de ramos generales, pionero en Cinco Saltos. En el frente que daba a la Avenida Roca (porque estaba en esquina con la Plaza San Martín) había un palenque y un antiguo surtidor de nafta Esso, de aquellos que marcaban la nafta con un sinfín en negro y amarillo, y que tenían en su parte superior una tulipa en forma de bocha de vidrio blanco -que se iluminaba desde adentro- con el logotipo de la empresa.
Entrar al almacén era dar un salto a principios de siglo: Techos altísi mos con ventiladores, piso de pinotea, gran mostrador de madera oscura, infinidad de estantes y cajoneras detrás, también de madera, con lo imaginable y lo inimaginable.
El almacén tenía dos entradas: Una por la ochava de la esquina, donde al entrar sonaba una campanilla, y otra a mitad del local sobre Roca. Esa entrada dividía el local en dos áreas. El de la esquina era de comestibles y consumo cotidiano. El otro sector, estaba dirigido a la construcción, herramientas, remedios para las plantas, ferretería y otros rubros más específicos. Recuerdo la variedad de cuerdas que ofrecía, había unas de cáñamo trenzado que me remitían inmediatamente a los barcos piratas de mis lecturas.

La Caja, se hallaba en un mostrador en forma de isla, en la entrada por la calle Roca. Ese sector estaba comandado por una mujer encantadora que digitaba una máquina registradora marca National, de bronce, enorme y antigua.
Uno compraba, le daban un papelito y pasaba por la Caja. La señora leía el papelito y pulsaba enérgicamente las enormes teclas redondas: "Chac, chac.....chac-cha-chac... ¡chac!”, luego venía el manijazo a la derecha del aparato. Se producía un leve temblor del capitoste, un trémolo sonoro producido por vaya a saber qué engranajes secretos y "¡tinnn!", una campanita anunciaba la aparición de la cifra en el visor, mientras se abría enérgicamente la caja en la parte inferior con el dinero.
Esta señora -cuyo nombre no recuerdo, me parece que era Angelita- a veces me sentaba en su falda y me permitía teclear un poco.
Yo era muy chico -vivíamos en la chacra todavía- y veía que mamá pagaba y siempCasa Arrojo y Ciare le daban vuelto. Un día, me dijo "Andá y pagá vos"....pero, me entrega el dinero justo.
Pago y esta señora me dice...
—Listo, ¡muchas gracias!
Yo me la quedo mirando. Ella me mira. Y yo sigo esperando.
—Listo, Tadito (así es como me llamaban de chico).
—¿Y el vuelto?, pregunté.
—No hay vuelto, querido. Estaba justo.
—A mamá siempre le das vuelto.
—Sí, claro.... —dudó la pobre cajera, probablemente tratando de hacer memoria —.Lo que pasa es que tu mamá nunca me paga justo, pero a vos te dio el dinero así.

—¿Así cómo? —repregunté. Terco el chico. Si a mi madre le daban vuelto, a mí también.
—Justo.
Aclaro que yo tendría cinco años, ni idea de sumas ni restas. De pronto, la cajera exclama:
—Aaah, si... ¡me olvidaba! Acá tenés tu vuelto —y me entrega un par de billetes, que yo fui a darle a mi madre, que seguía la escena -sonriendo, supongo- detrás mío.
Creo recordar que, al salir, se detuvo un minuto en la caja y le dio algo a la cajera. Me parece. Pero seguramente, me falla la memoria.

Recuerdo especialmente la luz del lugar. Entraba por los ventanales -protegidos por gruesas persianas- y por las puertas de las dos entradas, de vidrio repartido. La luz exterior rebotaba en esa profusión de madera y producía una suave y confortable reverberación.
Comandaba ese universo de cosas variadas y amables empleados, don Chana, algo así como un socio-gerente de la empresa. ¿Su primer nombre? Nunca lo supe. Era "don Chana" a secas, así como lo era "don Marletta".
Más bien bajo, regordete, de bigotes, camisa blanca impecable y peinado a la "gomina". Sí, no era fijador, era "gomina", que una vez seca, dejaba el pelo brillante. Escribo esto y recuerdo a la perfección su voz.
—Buen día Chana —saluda mamá.
—Buen día señora..., hola Tadito... ¿Qué la trae hoy por aquí?
Así por años...con el tiempo, Chana reemplazó el formal "señora" por un amable "Lita", aunque siempre se trataron de usted.
Al llegar fin de año, sonaba el timbre de casa, y un empleado del almacén bajaba de un auto una canasta de mimbre con una botella de sidra, turrones y un bonito almanaque, regalo del almacén y que mamá valoraba mucho porque -justamente- coleccionaba canastos, y los usaba para hacer las compras, en lugar de las antiestéticas bolsas de plástico.
 
Arrojo & Cía. no existe más. Ni la firma ni el edificio. Con él, se fue un bello ejemplo -un arquetipo, me atrevo a decir- de lo que eran los almacenes de principio de siglo en la Patagonia.
Cerró sus puertas cuando yo era Director de Cultura de Cinco Saltos, allá por 1987. Presentía que todo eso se iba a perder, e intenté que lo alquilara la Municipalidad, con miras a un "leasing" para transformarlo en un bar cultural temático, al estilo de muchos bares que en la actualidad hay en Buenos Aires, donde se ha preservado la atmósfera del negocio original con sus estantes, mostrador y mercadería, pero con mesas y sillas y eventualmente, pantalla para proyecciones y pequeño escenario.
Mi idea era que la Dirección de Cultura funcionara en ese lugar, y que allí mismo se armaran diferentes talleres y recitales.
Lamentablemente, la situación económica del Municipio lo impidió, y la idea, que era recepcionada con entusiasmo por Silvia Jañez -en ese momento Intendente- no pudo prosperar.

Agradecemos la fotografía aportada por Alicia Pérez Chana

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