Cristina Monserrat. docente de Cinco Saltos, con un cuaderno lleno de relatos. Su hija nos regala este lindo material.
Había una vez en la ciudad del lago y de las Rosas, hace mucho tiempo, vivía una pareja muy singular conocida por todos nosotros. No sabíamos de sus verdaderos nombres, no lo supimos nunca, la gente los había bautizado el chicharrón y la chicharrona.
Eran de estatura baja, tez morena y ajada por las inclemencias del tiempo, vestimenta andrajosa, el sobretodo oscuro, sombreros raído Ella: pollerita vieja, saquito tejido, los dos zapatos gastados de tanto recorrer el tiempo. Solía vérselos, emocionalmente inestables, deambular por las calles calientes de enero, por las frías mañanas de invierno, a veces riendo, otras discutiendo las más pérdidos por los efectos del alcohol; pero eso sí siempre juntos, muy juntos.
Vivían de su humilde tarea consistente en recolectar cartones y papeles viejos que iban amontonando muy ordenadamente en su precario carrito de madera, montado sobre dos ruedas de bicicleta, para luego ser vendidos.
La vivienda. ¡LA VIVIENDA! era un viejo colectivo abandonado en la orilla, sobre la banquina de nuestro canal principal de riego.
Desde allí cada mañana podían contemplar los álbores de un nuevo día, el sol, poncho de los pobres, les hacía guiños detrás de la barda, los benteveos les daban los buenos días, y sus inseparables amigos, los perros, lamían tiernamente sus manos hacedoras de tristezas.
Despacio, muy lentamente, con su andar cansino subían la cuesta, bajaban al pueblo, en cada esquina una parada, un comentario, un saludo franco, una mirada triste. En cada esquina la burla inocente de los niños: ¡Chicharrooon, Chicharrooona! y luego las corridas con mucho susto hasta el regazo materno, donde entonces llegaba el consejo oportuno. Perdón mamá, perdón mamita, no lo haremos más, pero... el encanto de la travesura era más fuerte y comenzaba de nuevo todos los días.
Muchas veces pensé que ellos... los Chicharrones eran felices peleando con los niños, los esperaban en cada calle, en cada vereda, en cada rincón que recorrían del pueblo.
Pasó la vida, al igual que su pasar, lentos pasaron los años, y un día cualquiera como tantos otros, sin prisa así como habían vivido se marcharon, para nunca más volver. Primero Él: Chicharrón, después ella su compañera de tantas jornadas. Se fueron serenos, sin miedos, conocedores tal vez de que, del otro lado del puente, detrás de las bardas sus bardas, los espera un mundo mejor, diferente, un mundo de colores, con castillos de cartón y montañas de papeles, esos que habían dado vida a sus vidas.
Ellos fueron una realidad, una nota particular de mi pueblo, son para quienes los conocimos: un dulce recuerdo, serán LEYENDA para las generaciones venideras. Pero... eso sí fueron, son Y seguirán siendo por siempre: Cinco Saltos: MI PUEBLO. Amor y misterio.
Cristina Monserrat❤
Aporte de la Redacción: Pasaba por mi casa, yo era adolescente y en alguna conversación me dijo que su nombre era Oronato Albornóz.
Gracias por compartir!!